20.6.11

Confesiones de una loca cuerda.

Y esto empieza cuando debe, cuando es el momento; empieza con las palabras justas y la sonrisa puesta.
Sonrisas…
Existen tantas sonrisas; todas bonitas donde las haya.
Algunas son sin ganas o forzadas, esas que ocultan y esconden nuestras penas, esas que tiñen nuestra debilidad de fuerza y pretenden engañar. Son ese tipo de sonrisas que abundan, las que más se dejan ver y al fin y al cabo las menos hermosas.
Por suerte existen otras menos comunes, las sonrisas que no podemos contener, las que salen sin pensar y nos hacen sentir bien. Las que nos hacen sentir libres por dentro. Son esa clase de sonrisas que nos liberan del todo el peso acumulado en nuestros hombros; todo se disuelve en cuestión de segundos.
Y lo sé, me voy por las ramas, pero… ¿por qué tanta importancia a los gestos, a la sonrisa o a la imagen? Simplemente por qué tanta importancia a pequeñas cosas.
En el fondo lo sé, lo sabemos, pero es algo que no se dice, que no se ve y que no es palpable. Sólo es captado en casos excepcionales y por personas más excepcionales aún. Por eso hoy en día las personas se esconden bajo las modas, el maquillaje, un grupo social o una mentira. Así se aseguran el afecto de un grupo reducido de personas que también buscan el afecto de otras, esa comprensión y empatía por parte de otros.
Sin embargo, a mí me gustaría conocer a alguna persona excepcional, que sepa ver lo que ni yo soy capaz de ver mí, alguien que me demuestre que no necesito todo lo que creo necesitar para gustar, para gustarme. Alguien con una sonrisa verdadera, que no esconda nada y no que se esconda tras una máscara. Lo que yo busco es una persona de verdad, para que me abra los ojos y me haga ver que valgo más que una sonrisa, más que una moda o que ese pantalón que tanto se lleva.
Sin quererlo, caigo siempre en lo mismo, termino hablando de mí y de lo que busco; un amigo, alguien que me entienda y que traduzca lo que pienso. Que sea capaz de encontrar las palabras adecuadas, porque las que salen de mi boca ya no son lo que eran antes. Ya no sé cómo explicarle al mundo o a mi ordenador lo que pasa por mi mente. No encuentro las palabras exactas, los adjetivos que describan mis pensamientos. Ya no hay frases ingeniosas ¿Dónde ha quedado el humor? Todo queda censurado porque me da miedo.
¿Miedo? Sí.
Porque hasta yo tengo una máscara que me protege del exterior, que hace que no duela tanto tropezar, yo también tengo miedo de que se rompa y quedar con la cara descubierta. No es fácil crear una imagen que mostrar y cuando ya está moldeada casi por completo empiezas a plantearte si ha sido lo correcto, si realmente necesitas esconderte o si es necesario censurar tus palabras. Empiezo a plantearme el dar la cara ateniéndome a las consecuencias. Porque llega un momento en el tu mente dice ¡basta! En el que no puedes más, empiezas a querer decirlo todo, a no callarte nada porque quieres ser oído, como esas personas que salen en las noticias, esas a las que todos escuchan y parecen tener la razón.
Quizá esto no sea más que una etapa, como cuando los niños hacen preguntas sin parar, o quizá no.
Me consolaría saber que aún queda algo de niña en mí, que en fondo no crecemos y mantenemos el sentido común de nuestra niñez, cuando todo era sencillo de aceptar.
Y puede que siga siendo niña y que mi máscara se limite a no aceptar el hecho de que no sé nada sobre lo que digo,  no he vivido apenas una cuarta parte de mi vida, y sin embargo creo saberlo todo.
Finalmente, cuesta creer que todo empieza con una sonrisa y que acaba en mí, pasando por el intento forzado de explicar lo que pienso hoy; porque mañana puede que cambie de opinión ¡Qué emoción! Estoy deseando que llegue mañana y pensar… no como lo hago hoy, pero tampoco como lo hacía ayer.

Cuando los árboles no dejan ver el bosque